martes, 20 de septiembre de 2011

Amontillado EL CARRETERO, de Chiclana

Charlando con unos amigos tomando unos vinos, quise volver a mi pasado, rebuscar entre mis recuerdos, ser consciente de cuándo fue la primera vez que disfruté del sabor del vino, de sus aromas, del alcohol acariciando mi garganta. Estos recuerdos me trasladan a tiempos de inocencia, en los que sólo pensábamos en jugar, pero también en descubrir y conocer cosas nuevas y, a veces, prohibidas. Yo era un niño. Fue en una bodega situada en Chiclana de la Frontera, localidad de la provincia de Cádiz, con una larga historia y tradición vitivinícola, y más concretamente en Bodegas “El Carretero”. Por aquellos años esta bodega estaba de moda, en primera línea de los lugares gastronómicos con encanto de toda la provincia. Acudían jóvenes y no tan jóvenes a deleitarse con sus ricos caldos provenientes de sus añejas botas, principalmente finos, olorosos y moscateles, acompañando a los más ricos manjares autóctonos como son las chacinas y olivas. Y hoy, veinte años después las cosas han cambiado, ya no es el sitio de moda, pero la bodega ha sobrevivido y se ha adaptado al duro presente mirando al futuro.

Desde su fundación allá por el año 1857, donde alternaba las labores vitivinícolas con la construcción de carretas (de ahí le viene el nombre), esta empresa familiar siempre ha estado innovándose a lo largo de su historia. Aparte de la venta de vinos, organiza banquetes y comidas en su restaurante-bodega con
 numerosas botas regidas por el sistema tradicional de soleras, junto a un servicio de tapas y raciones de calidad en donde el comensal puede degustar sus excelentes caldos acompañados de la gastronomía local. También desarrollan diferentes actos culturales como presentaciones de productos, contemplaciones de obras de arte, conferencias, catas, cursos de formación, etc.
Su vino más representativo y reclamado siempre ha sido el moscatel dorado. Recuerdo mis visitas a la bodega, con multitud de personas ansiosas por pedir al tabernero una copa de ese “oro”, goloso y perfumado pero a la vez fresco, durante las frías noches de invierno. Pero en mi última visita hace unos días, me llamó la atención una botella de amontillado, ¿un amontillado chiclanero? Pues sí, aparte de los mencionados fino, oloroso y moscatel, en Chiclana también se hacen buenos amontillados. Y la escogí porque además de ser un amontillado de Chiclana, soy un adepto y admirador del que es para mí uno de los más complejos vinos del mundo. Lo considero el rey de los vinos generosos, con una enorme personalidad y de los que yo llamo de “meditación”. Estos vinos sufren dos tipos de crianza, una primera biológica bajo “velo flor” y otra oxidativa, siendo de una complejidad única.

La botella, totalmente transparente, nos deja ver su precioso y oxidado color y las típicas veladuras de un vino que no ha sido filtrado, es decir, el vino se trasiega (se llena) directamente de la bota a la botella llevando consigo los sedimentos de su estancia en éste, fruto de una elaboración totalmente artesanal. Para apreciar con entereza todas sus virtudes, es recomendable tomarlos entre 10 y 12 grados de temperatura, y acompañando a cualquier aperitivo salado como almendras, aceitunas o chicharrones de Chiclana, aunque personalmente me encanta disfrutarlo con una tapita de mojama, ¡un excelente maridaje por contraposición!
Este amontillado de tierras chiclaneras tiene un buen r.c.p. con poco más de 5€ en bodega. Elaborado con la variedad palomino fino chiclanero y envejecido en una pequeña solera de 27 botas de roble americano, se nos presenta con 17% de alcohol y una etiqueta sencilla y tradicional, como el líquido que lleva en su interior.

En la copa (catavinos, en este caso) apreciamos un bonito color oro viejo con una herradura ámbar, de apariencia un poco turbia al principio debido a su elaboración artesanal, denso y consistente con una lágrima no muy gruesa pero lenta (equilibrio entre azúcares y alcohol alto).
Nariz intensamente agradable y algo golosa, potente, con aromas de nueces amieladas y alguna almendra amarga, flores marchitas, fruta escarchada, licor de dátiles, todo sobre un fondo de pastelería de cremas.
Boca agradable, algo punzante pero no muy seca para ser amontillado, sabrosa, potente en su justa medida, larga con matices de solera (madera de ebanistería) y con una persistencia increíble, propia de estos vinos.
Con la cata de este vino, me atrevo a decir que lo encuentro con más cuerpo o estructura que un amontillado del Puerto de Sta. María o de Sanlúcar de Barrameda, pero un poco más delgado que muchos de Jerez, aunque estoy generalizando. Esto puede ser debido a las condiciones climáticas de la zona en dónde se realiza la crianza oxidativa, debido principalmente a la influencia moderadora del mar (relación entre temperatura y humedad). Aunque en este aspecto, todo es cuestión de opiniones.
En cuanto a la puntuación que le puedo dar a este vino, debido a mi debilidad por ellos, le colocaría un 99 o un 100, pero midiéndolo entre ellos, le doy 90 puntos. No está nada mal, para un vino sin ningún organismo de regulación.


De momento no existe ninguna denominación de origen “Vinos de Chiclana”, pero tomando en cuenta su historia y tradición, y la calidad de algunos de sus vinos, algún día se conseguirá gracias al buen trabajo de muchas de las bodegas de esta ciudad. De momento, muchas de estas, se contentan con estar amparadas por la reconocida “Ruta del Vino y Brandy del Marco de Jerez” y al menos tener un sitio dónde el forastero pueda ubicarlas y darles un valor adicional. Como dice un dicho popular: “Todo se andará… que la calle es larga”.
¡¡Hasta pronto amigos!!

1 comentario:

  1. Muy buen artículo, presentación escueta pero muy original de la botella ; habrá que probarlo.
    De los vinos fortificados, son los amontillados los que mas me gustan con diferencia.
    Un saludo Juan, VinoAroma.

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