Hoy en día podemos encontrar cientos y cientos de botellas de vinos en grandes superficies, vinotecas y páginas web. Marcas conocidas, con prestigio y años a sus espaldas, seguidos por un público fiel a su línea de sensaciones; o marcas nuevas que buscan producir una atracción bien a través de su vestido (visual) o de su esencia (vino en sí). Personas como la que escribe, que prueba más de 100 vinos al año, llega a la conclusión de que lo que busca es la diferenciación en cada botella que abre, es decir, una distinción sensorial que nos haga fruncir el ceño o despertar una sonrisa de satisfacción por algo nuevo que hayamos encontrado. Y sinceramente, no creo que en los lugares anteriormente mencionados encuentre esa diferenciación de lo global.
No es que esté aburrido o agotado mentalmente para seguir probando estos estupendos vinos, ni mucho menos, pero personalmente lo que busco es eso, las diferencias. Que la chardonnay me sorprenda con un cuerpo menos untuoso, que la tinta de Toro desprenda frescura por los cuatro costados, que una Manzanilla no sea blanca sino amarilla… Y esto creo que se puede encontrar más cerca de lo que creemos, en los vinos “naturales” de los pueblos que nos rodean.
Lías en suspensión |
Son aquellos vinos que se hacen en las casas rurales para el consumo familiar diario, sin ataduras de legislaciones ni inspecciones encaminadas verdaderamente por otros a la elevar sus economías. Son vinos que nos transmiten su íntima relación con la tierra de donde proceden, regalándonos su autenticidad y una tradición arraigada a la zona. Los elaboran de forma natural, sin aditivos químicos para su longevidad o antioxidantes, sólo los que trae consigo las uvas, que ya es mucho. Por eso, pueden aparecer sedimentos propios de este tipo de elaboración como son los posos, lías o olores de fermentación más acusados que irán desapareciendo con una buena oxigenación o jarreo. Normalmente se los considera como vinos “a granel” y los podemos encontrar en garrafas de cristal o plástico o en botellas de cristal transparentes sin etiquetas identificativas, ya que nos basta con conocer al elaborador. Utilizan métodos tradicionales como envases de barro, tinajas, pitarras, barricas viejas muy usadas, depósitos de cemento, cuevas subterráneas, etc. Hay algunos que intentan dar el salto y empiezan acogiendo sus vinos a la categoría de Vino de Mesa donde las exigencias son menos duras. En esta categoría también podemos encontrar buenos vinos complejos sensorialmente hablando, fáciles de beber y encaminados al consumo diario para acompañar los platos, pero que además nos regalan ese plus que antes mencioné… algo diferente.
Muestra de varios vinos naturales |
A veces pienso que los carísimos “vinos de garaje” (vinos de autor de bodegueros de escasísima producción) que hoy en día se comercializan, intentan imitar y transmitir esa diferenciación al consumidor. Tener esa personalidad propia y despegarse de los vinos comerciales, pero erróneamente con precios desorbitados, que quieran o no influyen irremediablemente en la valoración personal del consumidor.
Toda esta reflexión que os cuento surge a consecuencia de una garrafa de vino que hace poco me regalaron unos buenos vecinos de su pueblo natal. Es un vino de la zona suroeste de la provincia de Málaga, de Manilva, una región con una dilatada tradición vinícola donde muchas de sus bodegas están acogidas a la D.O. Vinos de Málaga, pero donde también hay muchas que van por libre y venden su producto desde la misma bodega o a pequeñas tiendas de comestibles que hay repartidas por todo el pueblo en garrafas de plástico o botellas de cristal sin etiquetar. Manilva es una de las cinco regiones vitícolas en las que se divide la provincia malagueña que colinda con la provincia de Cádiz y formada por suelos albarizos situados en colinas suaves próximas al mar mediterráneo. Su clima tiene influencias atlánticas y mediterráneas y con escasas lluvias.
El vino en cuestión, si nos adentramos en su análisis sensorial, de momento tiene un color atípico, diferente. Es el primer contacto con el vino, el visual, y ya crea curiosidad y ganas de abrirlo. Es de un color no muy brillante, algo turbio incluso, entre rosa y ámbar pálido con matices rojizos, natural por su ausencia de filtrado tal y como lo demuestran sus posos en el fondo de la botella, y con lágrimas medio lentas. En copa nos regala una nariz muy frutal, pronto se adivina la variedad, la moscatel de Alejandría, uva blanca reina en la costa malagueña junto con la Pedro Ximénez. Aromas auvados muy maduros o sobremadurados, pera confitada, florales sobre un original fondo húmedo a barro o arcilla, matices terrosos, brea y fruta cocida. En boca es semidulce, no muy potente, suave, expresivo, de cuerpo ligero y baja acidez y con final intenso y espiritoso, con sabores arcillosos y a fruta blanca muy dulce sobremadurada. Es un vino diferente a lo habitual, y eso como antes os he dicho, me agrada, con sus virtudes y sus defectos, pero me cuenta cosas distintas a la mayoría de vinos que nos podemos encontrar en la mayoría de bares y restaurantes.
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