En Andalucía tenemos la suerte de contar con vinos excepcionales y únicos en el mundo. Tales como los generosos, licorosos y dulces naturales, son vinos especiales con gran reconocimiento de los profesionales del sector vinícola que los elevan hasta la cumbre de los mejores vinos mundiales y los reconocen incluso como el símbolo o espíritu del vino español. Este blog ha sido partícipe de la divulgación de algunos de estos vinos a través de sus letras… finos, Manzanillas, olorosos, amontillados, palo-cortado, dulces…
Pero hoy quiero entrar más
profundamente en materia sobre los Dulces
Naturales del Marco de Jerez, y más concretamente sobre los dulces
naturales elaborados con la variedad blanca Pedro Ximénez, ese dulce de color casi negro, que siempre deja la
cara desencajá cuando informo al que
se está tomando una copa de tal preciado vino, que sale de una uva blanca.
¿Cómo puede ser eso posible?- me comentan-. Pues sí, esta uva pasa (nunca mejor
dicho) por un proceso artesanal por el cual transforma su materia en un néctar,
diría yo casi divino.
Lo explico a grandes rasgos:
Para la elaboración y la calidad de estos vinos
es muy importante su alto contenido en acidez, imprescindible para que el vino
no resulte empalagoso, es decir, demasiado dulce y meloso. Para que esto no
ocurra, se vendimia la uva antes de su madurez óptima para que contenga un
grado de acidez más elevado de lo normal, incluso antes que otras variedades,
allá por el mes de Agosto. Tengo que comentar que por lo general, la mayoría
del mosto de uva Pedro Ximénez es elaborado en la D.O Montilla Moriles (Córdoba) ya que esta uva se adapta mejor a
esta zona más cálida y seca que a otras como la de por ejemplo Jerez, Málaga o
Huelva, más frescas y húmedas. Hay pocas excepciones, como por ejemplo en algún
pago de la campiña jerezana con cepas plantadas de esta variedad para la
elaboración de todos sus vinos como es Ximénez-Espínola.
Seguidamente, después de la vendimia, se practica el “soleo”, que consiste en esparcir los racimos sobre esteros de
esparto expuestos al sol. Las uvas van pasificándose lentamente, consiguiéndose
una concentración de todos sus componentes (azúcares, sales minerales, ácidos…)
por la deshidratación sufrida y obteniendo un mosto muy rico en azúcares.
Durante este proceso, se le van dando vueltas a los racimos cada dos o tres
días para asegurar la correcta pasificación de todos sus granos y de camino se
eliminan los defectuosos. Este proceso del “soleo” dura entre 2 y 3 semanas y
luego se recogen y llevan al lagar para pasar a ser prensados en molturadoras
tradicionales parecidas a las que se utilizan también para los aceites, para
separar el mosto de las partes sólidas de la uva. Como este mosto extraído es
dulcísimo, apenas puede fermentar, en Jerez se le añade alcohol vínico o vino
generoso (se encabeza o fortifica) para conseguir los 17 grados
y pasar a las botas para que se fundan en uno solo. Aquí empieza el
envejecimiento de este vino dulce por el sistema
de criaderas y soleras, donde se afinará y envejecerá para convertirse en
un gran vino.
Lo explico a grandes rasgos:
El "soleo". |
No soy un bebedor muy aficionado a estos vinos dulces, pero reconozco que se encuentran entre los tres mejores dulces del mundo. Gracias a la suerte de poder asistir a varias ediciones de VINOBLE, he podido deleitar mis sentidos con los mejores vinos dulces de Pedro Ximénez, una élite del vino en la que Andalucía sobresale como siempre. Uno de estos vinos que hace ya varios años probé y que en forma de regalo ha vuelto a mí, es el PEDRO XIMÉNEZ 1730 RESERVA DE ÁLVARO DOMECQ, un 100% Pedro Ximénez perteneciente a una gama que brinda homenaje al año de fundación de la bodega (1730) y que sale de botas centenarias, vamos un deleite para el que lo pruebe. Por lo visto, este PX es sometido a una fermentación durante dos ó tres semanas en barricas de roble americano de quinientos litros antes de ser encabezado con alcohol para llegar a los 17 grados, como se hacía antes en las bodegas jerezanas (hoy en día se fermenta en tanques de acero inoxidable). Esto aporta al vino más riqueza sensorial (profundidad), aportando los rasgos de esas botas antiquísimas. Pasa entre 10 y 15 años en esas botas de roble americano de 500 litros por el sistema de soleras (vejez media de 40 años) con una crianza oxidativa para que consiga esa calidad que se le pide, donde alcohol y azúcares se integran para regalarnos una divinidad.
Este “tesoro” viene en botella de 37,5 cl. y puede costarnos entre 25 y 30€, un precio muy razonable
teniendo en cuenta la calidad del vino.
Para degustarlo, no opto por utilizar la tradicional copa tipo “catavinos”, ya que creo que no es la adecuada para que deje expresar al vino toda su profundidad, y escojo una tipo “Burdeos” más amplia que permita la percepción armónica de las sensaciones que genera.
La temperatura de consumo depende de
la vejez o calidad del vino; a mayor calidad más temperatura. Así que, los más
jóvenes se tomarán a unos 7 grados y los más viejos a no más de 15.
Ya metidos en práctica, este PX 1730
cae en copa sigilosamente, sin hacer el más mínimo ruido dándonos pistas de su
enorme concentración y untuosidad. Al mover la copa nos deja un velo
amarillento, típico en estos vinos, acompañado por unas gruesas y lentas
lágrimas que acarician la copa. Su color es castaño muy oscuro con ribetes
yodados.
En nariz es potente y muy, pero que
muy dulce con aromas concentrados y expresivos que nos recuerdan a la uva
pasificada, al cacao negro, al sirope de chocolate, a los caramelos toffee…
sobre un fondo de especias dulces cedidas por la madera. Una nariz con mucha
personalidad.
En boca es donde más me gusta. Entra
como la seda, con cuerpo y goloso, elegante, muy graso y envolvente con fruta
muy pasificada, espiritoso, especiado y con final muy expresivo a madera muy
vieja que se nos queda en el retrogusto hasta la eternidad.
De los mejores PX que he probado, sin
duda.
Siempre me gusta oler la copa vacía
varias horas después de haber bebido el último sorbo, porque el vino me cuenta
cosas diferentes… café tostado, goma quemada, licor de chocolate… uff, otra vez
se disfruta!!
En cuanto a cómo lo acompañaría en la mesa, soy del pensamiento que como mejor se puede disfrutar es sólo o en buena compañía, como se suele decir. Este dulce de Álvaro Domecq en concreto, puedo decir que es un vino con alma para deleitarlo tranquilamente, de los de meditación.
Os comento un posible maridaje atrevido donde lo que se busca es la diferenciación extrema de los sabores… dulce contra salado. Acompañad este estupendo dulce con unas anchoas del Cantábrico y podréis experimentar calidad y potencia en los sentidos. Hagan la prueba!!
Estupendo artículo y muy ilustrativo. Anda que lo de las anchoas... no te puedo prometer que haré la prueba jejeje. Un saludo.
ResponderEliminarGracias por tu opinión José. Siempre intento ser transparente y comunicar sin tapujos. En cuanto a lo de las anchoas es una forma atrevida de combinacion, pero el resultado es lo que importa, no? Ponernos una venda cubriendonos los ojos y probar bocado y vino es una sincera forma de hacer un buen maridaje. Un saludo y gracias por leerme.
Eliminargenial como siempre Juan
ResponderEliminaren cuanto al maridaje, opino igual que tu para esta tipología de vinos, por contraste es muy conocido P.X. con Stilton o con cabrales, que a mí me apasiona; no dejaré pasar la oportunidad de probarlo con las anchoas, un saludo.
por cierto, mucha mejor presentación del blog con este otro fondo, (crítica siempre constructiva)
Cuando pruebes esta combinación me cuentas cómo te ha ido Alberto. Me alegro también de que te guste el nuevo aspecto del blog. Un saludo amigo.
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